VOCACIÓN DE SERVICIO MÁS ALLÁ DE LA ENFERMERÍA

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Desde niña, Amapola Ureta convivió con la realidad de la salud pública.  Su abuelo paterno fue auxiliar de servicio y dirigente sindical de la FENATS nacional y su padre es técnico paramédico que trabaja en el SAMU.

Nació -y siempre ha vivido- en la comuna de Puente Alto, pero su vida académica la desarrolló fuera de allí: estudió en el Liceo Carmela Carvajal y Enfermería en la Universidad de Santiago. “Tengo una formación individual en relación al servicio y la conciencia social desde siempre, la cual se ha ido consolidado a través de los lugares en los que estudié. Se fue moldeando con  los años y con mi carrera se consolidó. Luego la he ido puliendo en los distintos espacios en los que he trabajado y en cada lugar que me muevo, siempre está esa inquietud”, relata.

Actualmente, Amapola trabaja en la Universidad de O’Higgins como Encargada de Laboratorio y apoyando algunos ramos de la carrera de enfermería, y también es parte de la Asociación Científica Chilena de Estomas, Heridas y Continencia, ACCHIEHC. “A pocos días del estallido social del 18 de octubre de 2019, cuando volvía de mi trabajo (en Rancagua), empecé a encontrarme con manifestaciones y empecé a quedarme para hacer trabajo de primeros auxilios en la calle junto a otros voluntarios. Así formamos entre varios la Brigada Cordillera de Puente Alto. Somos alrededor de 30 personas, entre 18 y 25 años. La mayoría son estudiantes recién egresados de cuarto medio”, cuenta.

La llegada de la pandemia en marzo, llevó a la agrupación a reconvertir su trabajo, para ayudar a quienes estaban padeciendo los estragos de la falta de recursos económicos y de atención de salud.  “Comenzamos a hacer operativos de salud en los barrios de Puente Alto. Primero educando acerca del Covid19, de los resguardos que había tener para prevenirlo. Después aplicamos controles sanos en algunas poblaciones porque algunos pacientes crónicos tenían suspendidos sus controles. Luego comenzamos a trabajar en conjunto con otras agrupaciones que ven lo que es la alimentación a través de ollas comunes y cajas solidarias de mercadería. Como brigada también habilitamos un número de Whatsapp para consultas, donde hemos atendido a pacientes Covid y también resolvemos inquietudes de salud de toda índole, para que la gente no se acerque al servicio de urgencia. Y todos los lunes entregamos entre 30 y 40 raciones a las personas en situación de calle”, precisa.

 

¿Hay algo que te haya conmovido especialmente de lo que has visto en la calle?

Compleja la pregunta. Nunca había estado tan involucrada en mi territorio como ahora, porque siempre estudié fuera de él, ya que acá no estaban las condiciones para que me pudiera desarrollar académicamente. Mi círculo de amistades se hizo fuera de Puente Alto y estar desde octubre trabajando acá ha sido fuerte, porque me he dado cuenta de la inequidad que hay. Una sabe que existe, pero palparlo directamente, viendo por ejemplo la represión policial contra niñas y niños es muy doloroso. Acá hay dinámicas de violencia que vienen desde mucho antes de octubre. Hay violencia en las poblaciones, hay narcotráfico, entonces hay otra interacción con la fuerza policial. Eso es lo que más me ha chocado, ver tan desprotegida a la gente. Lo bonito es que pese a eso, la gente se une por un propósito. Es lindo ver cómo se han organizado para llevar ayuda a sus vecinas y vecinos. A nosotros nos contactan para hacer llegar donaciones, para canalizarlas y hacerlas llegar a quienes las necesitan. Otra cosa que me ha llamado la atención es lo débil que está el Estado en materia de salud y en especial a nivel comunal. Nosotros ayudamos al consultorio con alimentos, para las personas que esperan una hospitalización en el Sótero del Río. Entonces, que no se les esté asegurando eso, que es lo esencial, a quienes están en una condición de salud compleja, y darte cuenta que si no nos organizamos como comunidad no lo tienen, es muy fuerte.

 

DE LA REVOLUCIÓN PINGÜINA AL 18 DE OCTUBRE

 Mario Morales (31) estudió enfermería en la Universidad Autónoma de Chile y luego de trabajar un año en atención pública del Hospital Sótero del Río y 5 en la UCI de la Clínica Vespucio; pasó a ser parte del Centro de Rehabilitación de CAPREDENA. Con Amapola, no sólo comparte la profesión. También su vocación de servicio, vivir en Puente Alto y ser parte de la Brigada Cordillera. “Desde que soy chico soy activista social en muchos temas. Soy de los egresados que fueron parte de la revolución pingüina del 2006, con un sentido de conciencia social transversal que te hace ver más allá de tus pestañas”, precisa.

¿Cómo fue la reorganización de la brigada?

Una de las cosas más importantes de la pandemia, es que nos ha enseñado que todos nos podemos reinventar, y en ese sentido, el objetivo cambió para apoyar a todas las personas que necesitan ayuda. Si bien empatizamos con todo lo relacionado a la salud, nuestra idea es apoyar más allá del uniforme. Creo que es natural tratar de ayudar y estar involucrado con la gente. Muchos de quienes integramos la brigada venimos de una población y hemos tenido mejor suerte que otros que lo están pasando mal y nos convertimos en un movimiento que tiene otras aristas: social y educacional, entre otros. Trabajamos en ollas comunes y operativos de salud, ya que la gente no tiene acceso a los consultorios.

 

¿Hay algo que te haya sobrecogido, especialmente, durante estos meses?

En la calle la situación es lamentable. Conmueve mucho ver que hay personas que no tienen qué comer, cómo sobrevivir, dónde vivir. Ahora con el invierno, todo se ha puesto peor. Da mucha pena que sea un grupo de voluntarios quienes intenten resolver o parchar todas esas necesidades. Algunas personas nos dicen que somos locos por sacrificar el tiempo que podríamos dedicarle a la familia o a hacer otras cosas que nos gustan. En mi caso, tengo siete hijos y me he preocupado que ellos conozcan la realidad más allá de la suya. Incluso he salido a hacer operativos con mis hijas mayores y ellas han quedado súper shockeadas, porque nunca se imaginaron que había gente que no tenía dónde vivir o qué comer. Pese a todo eso, uno ve el vaso medio lleno, porque vuelves a creer en la humanidad, los valores, el altruismo y la empatía que son los que mueven a todos los que ayudan a otros y a los funcionarios de salud. Nosotros no nos movemos por plata. En la prensa te dicen que las carreras de medicina o enfermería son grito y plata, y eso no es así porque al final te mueve algo mucho más vocacional.  Eso es lo que nos mantiene pie.