POR UN ORGULLO UNIVERSAL Y DIGNO, AMÉN.
La diversidad sexual y de género, históricamente ha sido un tema controversial, oculto y que ha generado constantes divergencias de opinión en la sociedad. La homosexualidad, perseguida con empeño en Chile durante la década del ‘50 bajo el gobierno de Carlos Ibáñez del Campo, pasó a ser un grupo relegado y silenciado hasta la vuelta de la democracia, en 1990, cuando las y los integrantes de esta comunidad se atrevieron a hacer visibles sus necesidades de manera más abierta.
Sin embargo, no fue hasta fines de siglo (1999) que la sodomía, así denominada por la legislación, dejó de estar penalizada por la Justicia Chilena. A partir de ese hito surgió un movimiento que ha generado un profundo impacto social, político y legal, que busca generar las garantías de igualdad para la comunidad denominada LGBTIQA+, sigla que ha crecido tanto como los avances que han nacido en esta materia gracias a que más personas se han atrevido a reconocerse diferentes en este aspecto de la naturaleza humana.
Hoy el panorama es mucho más alentador gracias a un hecho lamentable, uno de los tantos horrores que han afectado a la comunidad: el maltrato con ensañamiento y asesinato de Daniel Zamudio, el cual dio origen a la ley que lleva su nombre (Ley Zamudio). Es así como en el 2012, a raíz de este estatuto legal, comenzaron a visibilizarse nuevos y diferentes conceptos, como la Identidad de Género y la Orientación Sexual; los cuales paulatinamente han sido incorporados a la sociedad, abriendo nuevos temas de conversación y espacios de aprendizaje.
Los términos gay y lesbiana ya no son suficientes para definir a una persona, y aparece, por ejemplo, el concepto de transexualidad, lo cual da cuenta de los cambios que han ido insertándose en los distintos ámbitos de la sociedad, como los derechos civiles, la educación y los sistemas de salud.
Tomando el ejemplo anterior, es necesario recordar que hace una década la situación era totalmente distinta para las personas trans. En el ámbito hospitalario estaban sometidas a una cruda realidad donde una mujer que se veía y sentía como tal, debía compartir una sala de hospital con pacientes hombres, sólo porque así lo establecía su nombre y sexo registral. Los equipos tampoco contaban con las herramientas necesarias para lidiar con lo que ocurría, generándose un espacio en el que la sensación de humillación por el ser diferente, era algo real.
El paso adelante llegó el 2018, con la promulgación de la Ley de Identidad de Género (ley 21120), la cual estableció principios fundamentales como la No Patologización, No Discriminación Arbitraria, De Confidencialidad, De Dignidad en el Trato y de Interés Superior del Niño y de su Autonomía Progresiva. Estos nuevos preceptos legales dieron forma a un marco de respeto, donde las personas tienen la posibilidad de decidir respecto a quienes quieren ser para ellas mismas y puedan ser reconocidas socialmente en concordancia con su esencia.
Si bien hay avances importantes, aún existen situaciones particulares en donde el rol de la educación persona a persona resulta fundamental, y es ahí donde está el desafío para quienes tratan con gente y pacientes. Es fundamental hacer propias las maneras de apreciar a las personas en toda su diversidad y reflejarlo en un trato respetuoso e inclusivo. Uno que deje claro a todos y todas que el valor y bienestar de un ser humano no reside en su manera de expresar su identidad, sino en su esencia y la libertad de vivir en el respeto y con sus derechos resguardados, para desarrollarse personal y socialmente en plenitud.
El camino por recorrer en esta materia aún es largo. El matrimonio igualitario y la adopción homoparental son parte de él. Sin embargo, mientras tengamos conciencia que ese trayecto aún tiene mucho por andar y no descansemos en alcanzar una sociedad inclusiva y respetuosa con cada uno de sus habitantes, hay esperanza. Vamos por más, con el mismo ORGULLO, para que sea universal y digno. Amén.
Cristhian Caro Aguilera
Presidente ASENF HSJD